7/03/2018.- Éste no será un 8 de marzo más. Tampoco lo fue el 8 de marzo de 1857, cuando tuvo lugar la primera gran manifestación pública de mujeres que salieron a la calle para protestar por los bajos sueldos que percibían (eran menos de la mitad de lo que cobraban los hombres) y por las pésimas condiciones en las que trabajaban. Ciento veinte de las mujeres que decidieron gritar por la igualdad fallecieron, pero las trabajadoras no se dejaron amilanar y dos años después fundaron su primer sindicato.
Éste no será un 8 de marzo más. Tampoco lo fue el 8 de marzo de 1908 en el cual, de nuevo trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York, declararon una huelga en protesta por las condiciones insoportables de trabajo, y el dueño, que no aceptó la huelga, prendió fuego a la fábrica, muriendo abrasadas las ciento veintinueve trabajadoras que había dentro.
Éste no será un 8 de marzo más. Como tampoco lo fue el amotinamiento protagonizado por mujeres rusas el 8 de marzo de 1917, ante la escasez de alimentos. Esta sublevación marcó el comienzo de la Revolución Rusa, que derivó en la caída del Zar y en la proclamación de un gobierno provisional que por primera vez reconoció el derecho a voto de la mujer.
Lo preocupante es que, en pleno siglo XXI, las mujeres aún tengan peores salarios, el ascenso en sus carreras esté lleno de obstáculos, se les ponga trabas para conciliar, y sufran violencia y discriminación por el mero hecho de ser mujer. A pesar de las innegables conquistas de derechos civiles y políticos, hay una brecha entre lo que dice el derecho y cómo se aplica.
Por ello, este 8 de marzo no debe ser ni será un 8 de marzo más. Porque millones de mujeres en más de 100 países, volverán a movilizarse, como hace cientos de años, para denunciar la discriminación que aún sufren, tanto en el ámbito laboral como personal, por el simple hecho de ser mujer. Para denunciar que el mundo sigue siendo injusto para el 50% de la población que representan las mujeres. Ya no basta con concienciar ni predicar en igualdad. Hay que educar en igualdad, practicar igualdad, y erradicar desigualdad.
Hoy nos sorprenderíamos si las mujeres no pudieran votar en España. Pero debemos a la periodista Carmen de Burgos Seguí, y especialmente, a la diputada Clara Campoamor, la concesión del sufragio femenino sin ningún tipo de limitaciones en la Constitución de 1931, y que se pudo ejercer, por primera vez, en 1933.
Hoy nos escandalizaríamos si las mujeres tuvieran que pedir permiso a sus maridos para poder trabajar, cobrar su salario, abrir cuentas corrientes e incluso sacarse el carnet de conducir. Sin embargo, de no ser por las juristas María Telo y Concha Sierra, principales impulsoras de la Reforma del Código Civil en 1981, las mujeres seguirían siendo tratadas como menores de edad, y estarían obligadas, por Ley, a obedecer a sus maridos.
Hoy no podríamos concebir que una Declaración Universal de Derechos aprobada para servir de referente ético a nivel internacional, estuviera referida exclusivamente a los varones. Y eso es precisamente lo que estuvo a punto de suceder con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en 1948. Inicialmente se acordó llamarla “Declaración Universal de los Derechos del Hombre”, a imagen y semejanza de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano”, proclamada en 1789, tras la Revolución Francesa, y en la que se ignoraba por completo a las mujeres. Gracias a la presión de Eleanor Roosevelt, Presidenta del Comité que aprobó la Carta, y de las otras cuatro mujeres que la firmaron, la dominicana Minerva Bernardino, la brasileña Bertha Lutz, la estadounidense Virginia Gildersleeves, y la china Wu Yi-Tang, no sólo se cambió el enunciado previsto por el de «Declaración Universal de los Derechos Humanos», sino que todas las referencias a los “hombres” que aparecían en el texto, fueron sustituidas por la de “seres humanos”.
El cambio de “hombre” por “humano” no es sólo una simple modificación del lenguaje. Las mujeres habían aprendido la lección: no querían que el masculino universal las volviera a invisibilizar. Se estaba anticipando la que sería una constante y profunda lucha a la que acompañarán transformaciones importantes, que tuvieron su inspiración en la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), de la escritora Olimpia de Gouges, que era, de hecho, un calco de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional en agosto de 1789, pero extensiva a la mujer.
¿Qué habría sido de la aplicación de los Derechos Humanos a todos los seres humanos, sin la influencia y la lucha de estas mujeres? Las conquistas sociales, laborales y civiles de las que ahora disfrutamos no habrían tenido lugar sin el despliegue de esfuerzos, reflexión y reivindicación de las mujeres por ser tratadas con dignidad. Y sin embargo, las mujeres son las grandes olvidadas de la historia.
En este Día Internacional de la Mujer, además de compartir, en esencia, las reivindicaciones que este 8 de marzo unirá millones de mujeres en todo el mundo, desde Confederación de Cuadros y Profesionales (CCP) queremos rendir homenaje y reclamar el papel de aquellas heroínas, muchas de ellas desconocidas y marginadas, que han participado en la génesis de las grandes transformaciones de la humanidad, despertando la conciencia de género e igualdad de futuras generaciones.
María José Fraile Monte
Vicepresidenta y Secretaria de Igualdad y Conciliación de CCP
CONFEDERACIÓN DE CUADROS Y PROFESIONALES